Hablar de lo que Jesús hizo por la humanidad es hablar de un amor que trasciende toda lógica. Él no solo vino a enseñarnos valores o principios, sino que asumió en sí mismo el peso de nuestro pecado. En la cruz tomó nuestro lugar, llevando la condena que nos correspondía y ofreciéndonos a cambio libertad y perdón. Esa obra marcó un antes y un después en la historia de la humanidad.
Jesús mostró que la redención no es un concepto abstracto, sino un acto concreto de entrega. En los tiempos antiguos, la “redención” era pagar un precio para liberar a alguien de la esclavitud. Así lo hizo Él: pagó con su propia vida el rescate de nuestra alma. Hoy, gracias a ese sacrificio, ya no estamos bajo la maldición de la ley, sino que tenemos acceso a la gracia y a la vida eterna.
Su actitud frente a los pecadores fue radicalmente distinta a la de los religiosos de su época. Mientras muchos los señalaban y excluían, Jesús los buscaba, compartía la mesa con ellos y les mostraba misericordia. Esto no significa que aprobaba el pecado, sino que extendía una mano de amor para transformar vidas desde el corazón. Nos enseñó que la gracia siempre va de la mano con la verdad.
Además, Jesús rompió barreras sociales y culturales. No hizo diferencia entre hombres y mujeres, ricos o pobres, sanos o enfermos. Todos podían acercarse a Él, todos eran abrazados por su misericordia. De esta manera, dejó claro que el mensaje del Evangelio es inclusivo, capaz de alcanzar a cualquier persona que decida creer. Nadie queda fuera de la invitación divina.
La obra de Cristo no terminó en la cruz, porque con su resurrección nos abrió la puerta a una nueva vida. Ahora contamos con el poder del Espíritu Santo para vencer la tentación y caminar en santidad. Lo que antes era imposible para nosotros por nuestras propias fuerzas, hoy es posible por la vida de Cristo en nosotros. Esa es la verdadera victoria que Él nos regaló.
Del escritorio de Toby Jr.

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