Cuando escuchamos la palabra refugio, vienen a nuestra mente imágenes de fortalezas, muros altos o incluso un sencillo techo que nos protege de la tormenta. Sin importar la forma, un refugio
siempre comunica seguridad. La Biblia nos recuerda que Dios mismo es ese refugio para quienes le buscan. En Él encontramos la paz y la certeza de que estamos cuidados en medio de cualquier adversidad.

El libro de Proverbios dice: “Torre fuerte es el nombre de Jehová; a Él correrá el justo y será levantado” (Proverbios 18:10). Esta declaración nos enseña que el poder y la fidelidad de Dios son
inquebrantables. Así como una torre protegía en tiempos antiguos, su presencia es el lugar seguro al que podemos acudir hoy. No importa la magnitud del problema, en Él siempre hay protección.

David fue un ejemplo de alguien que conoció a Dios como su refugio. En medio de batallas, persecuciones y angustias, levantó su voz y declaró: “En Dios está mi roca fuerte y mi refugio” (Salmo 62:7). David aprendió a derramar su corazón delante del Señor, y eso le dio la confianza de que nunca estaría solo. De la misma manera, nosotros podemos abrir nuestro corazón en oración y experimentar la paz que solo proviene de Él.

Confiar en Dios no significa que nunca enfrentaremos tormentas. Los discípulos vivieron una experiencia así cuando el mar se levantó contra ellos. Jesús estaba con ellos en la barca, y aunque parecía dormir, en el momento justo calmó los vientos y el mar (Mateo 8:23-27). Esa escena nos recuerda que, aun en medio de los miedos más grandes, nuestro refugio sigue siendo Cristo.

El lugar más seguro no está en la ausencia de problemas, sino en la voluntad de Dios. Su promesa es clara: “No te desampararé ni te dejaré” (Hebreos 13:5). Esto significa que, sin importar las circunstancias, podemos vivir confiados porque Su presencia nunca nos abandona. En un mundo lleno de incertidumbre, nuestra fe en Él es el ancla que sostiene y el refugio que protege.

Del escritorio de Toby Jr.