¡Dejen de mentir!

¡Dejen de mentir!

El mensaje de Jesús en Lucas 12:15 es una advertencia poderosa: “Guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.” Estas palabras nos
invitan a examinar el corazón y reconocer que la verdadera vida no se mide por lo que tenemos, sino por lo que somos delante de Dios. En un mundo que asocia éxito con posesiones, Cristo nos recuerda que el valor del alma supera cualquier tesoro material.

El llamado “evangelio de la prosperidad” ha distorsionado esta verdad. Presenta a Dios como un medio para obtener riqueza, enseñando que la fe es una llave mágica para abrir la bóveda de las
bendiciones. Pero la fe no es una transacción, es una relación. Jesús no murió en la cruz para hacernos ricos, sino para hacernos libres. Confundir la prosperidad espiritual con la acumulación de bienes es perder de vista el verdadero propósito del evangelio.

Los promotores de esta doctrina afirman que la pobreza es señal de falta de fe y que la riqueza demuestra el favor de Dios. Sin embargo, la Biblia enseña lo contrario: “Porque raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Timoteo 6:10). La fe genuina no busca manipular a Dios, sino confiar en Él en todo momento. La vida cristiana no consiste en exigir bendiciones, sino en rendirnos a Su voluntad con contentamiento y gratitud.

Cuando el creyente da, no lo hace para recibir más, sino por amor, obediencia y reconocimiento de que todo lo que posee proviene del Padre. La generosidad cristiana es fruto del corazón transformado, no una inversión con retorno asegurado.

El apóstol Pablo advirtió que “Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Corintios 11:14), y eso también ocurre cuando los falsos maestros usan el nombre de Cristo para promover la codicia. Por
eso, debemos volver a la sencillez del evangelio: vivir contentos con lo que tenemos (Hebreos 13:5) y buscar tesoros en el cielo, no en la tierra (Mateo 6:19). La verdadera prosperidad es tener a Cristo en el corazón y vivir bajo la dirección del Espíritu Santo.

El creyente maduro no mide su fe por la cantidad de cosas que posee, la prosperidad bíblica no trata de tener más, sino de ser más: más agradecido, más generoso y más semejante a Cristo. Que nuestra oración sea: “Señor, dame lo necesario para honrarte, y enséñame a vivir confiando en Ti.”

Del escritorio de Toby Jr.

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