Hablar con Dios es uno de los dones más valiosos que hemos recibido de nuestro amoroso Padre Celestial. La oración no es simplemente repetir palabras, sino abrir el corazón en una conversación genuina. El libro de Santiago, en su capítulo 5, versículo 16, nos recuerda la importancia de la oración eficaz: nos invita a clamar en medio del sufrimiento, a pedir ayuda en la enfermedad y a confiar en el poder del Señor para sanar y perdonar. En este contexto, entendemos que la oración es el medio a través del cual fortalecemos nuestra relación con Dios y recibimos Su dirección.
Para aprender a orar correctamente podemos seguir tres pasos sencillos: comenzar la oración con reverencia, conversar con Dios abiertamente y terminar entregándole nuestras peticiones mientras nos disponemos a trabajar en las cosas justas que hemos pedido. Además, dentro de la tradición cristiana existen distintas maneras de orar: puede ser verbal, como en el Padre Nuestro; mental, repitiendo oraciones en silencio; o de meditación, como en la lectura espiritual de la Biblia. La forma correcta de orar implica hablarle a Dios desde el corazón, confiando en Él, pidiéndole perdón, agradeciéndole y expresando nuestro amor. No se trata de repetir frases vacías, como nos advierte Jesús en Mateo 6:7–8, sino de establecer un diálogo sincero, conscientes de que la oración es un privilegio accesible a todos los hijos de Dios.
Para orar eficazmente, la fuente de información más confiable es la Biblia. Allí encontramos ejemplos en los Salmos y otros textos donde se nos enseña a acercarnos a Dios con humildad y fe. La oración eficaz tiene varias características esenciales: primero, se hace en fe, creyendo que Dios existe y que responde según Su voluntad, no según nuestros caprichos; segundo, tiene motivos correctos, buscando la gloria de Dios antes que nuestros propios intereses; tercero, proviene de un corazón justo, porque aunque nuestra justicia viene de Cristo, nuestra vida diaria y la pureza de nuestras intenciones afectan nuestras oraciones.
También es importante recordar que la oración eficaz siempre se somete a la voluntad de Dios, como lo enseñó Jesús cuando oró en Getsemaní diciendo: “no sea como Yo quiero, sino como Tú quieras”. Orar eficazmente no significa que siempre obtendremos lo que queremos, sino que aprenderemos a confiar en que Dios responde de la mejor manera para nuestro bien y para Su gloria. Como ejemplo de una oración eficaz, Santiago nos menciona a Elías, quien siendo un hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, oró fervientemente y el cielo dejó de llover por tres años y seis meses, y luego volvió a orar y la lluvia regresó. Este relato nos enseña que no hay límites para lo que Dios puede hacer a través de nuestras oraciones si estas están alineadas a Su voluntad.
La conclusión es simple: hablar claro con Dios, con fe, con un corazón limpio y confiando en Su soberanía, nos permitirá experimentar el poder transformador de una vida de oración efectiva.
Del escritorio de Toby Jr.
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