¡EL PADRE QUE SIEMPRE SOÑÉ!

¡EL PADRE QUE SIEMPRE SOÑÉ!

Dios siempre ha deseado una relación cercana con sus hijos. Isaías lo reconoció como nuestro Padre y Creador, y se dirigió a Él con humildad, comparando al ser humano con barro en manos del alfarero. Esta imagen nos recuerda que dependemos de su guía, su paciencia y su amor para ser moldeados según su voluntad.

En la fe cristiana, llamarle «Padre» a Dios no es una costumbre vacía, es un privilegio. Es reconocer que, más allá de su grandeza y soberanía, Él desea una conexión íntima con nosotros. Es un Padre que escucha, perdona, cuida y restaura, incluso cuando fallamos o nos alejamos.

Muchos crecimos deseando un padre presente, tierno y protector. Algunos lo tuvimos, otros no. Pero al conocer a Dios, descubrimos que ese Padre ideal sí existe. Él no abandona, no guarda rencor perpetuo y siempre nos da una nueva oportunidad. En Él, encontramos el amor que nunca falla.

Jesús mismo nos enseñó a orar diciendo «Padre nuestro». Su palabra favorita para referirse a Dios era «Abba», que significa “Papá” en un sentido íntimo y personal. Esto nos invita a confiar, a descansar en su abrazo y a saber que, sin importar nuestras heridas, tenemos un Padre perfecto.

La Biblia nos muestra cómo es ese Padre ideal: está presente (Efesios 4:6), es compasivo (Isaías 64:8), paciente (Proverbios 3:12), misericordioso (Salmos 103:13) y siempre dispuesto a ayudarnos. Incluso nos corrige con amor, porque su propósito es formarnos y hacernos mejores.

Dios no solo es nuestro Padre porque nos creó, sino porque también nos redimió. A través de Jesucristo, nos adoptó como hijos y nos dio acceso directo a su corazón. Hoy podemos orar, confiar y vivir sabiendo que somos amados por el mejor Padre.

Aunque el mundo nos presente una imagen distorsionada de la paternidad, Dios redefine lo que significa ser padre. Él no falla, no se olvida, no se cansa. Está cerca del quebrantado, levanta al caído y abraza al que regresa con el corazón sincero.

En momentos de dolor, soledad o confusión, podemos volver nuestros ojos al cielo y decir con convicción: “Tengo un Padre que me ama”. Su amor es firme, su palabra es guía, y su presencia es constante. En Él hay esperanza, dirección y seguridad para nuestras vidas.

Conocer a Dios como Padre transforma todo. Ya no caminamos solos ni sin propósito. Somos guiados, protegidos y formados por sus manos amorosas. Él es el Padre que siempre soñamos y que hoy, por su gracia, podemos llamar nuestro.

Leave a Reply

Your email address will not be published.