El precio del orgullo

El precio del orgullo

El orgullo ha sido, desde tiempos bíblicos, un enemigo silencioso que se esconde detrás de los logros y bendiciones. En 2 Reyes 20:12-19 encontramos la historia del rey Ezequías, quien, después de haber recibido un milagro de sanidad, cometió el error de mostrar todos sus tesoros a los embajadores de Babilonia. Ese acto de vanagloria provocó una dura profecía: lo que había mostrado con soberbia sería arrebatado y sus descendientes sufrirían las consecuencias. La Biblia nos recuerda que el orgullo siempre tiene un precio alto.

La vida de Ezequías nos enseña que el éxito puede ser más peligroso que la prueba. Mientras la enfermedad lo llevó a doblar rodillas, la recuperación lo hizo confiar en sus riquezas y alianzas humanas. El orgullo, en lugar de reconocer la mano de Dios, lo llevó a presumir sus tesoros terrenales. ¿Cuántas veces nos pasa lo mismo? Dios nos levanta, pero en lugar de glorificarlo, ponemos la mirada en nosotros mismos, olvidando que todo lo que tenemos es prestado.

El orgullo es un pecado que Dios aborrece porque roba la gloria que solo a Él le pertenece. Proverbios 16:18 lo afirma con claridad: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu”. Cuando permitimos que el corazón se ensoberbezca, no solo nos alejamos de Dios, sino que también abrimos la puerta a la destrucción. El orgullo genera contiendas, provoca divisiones y nos hace confiar más en nuestras fuerzas que en la gracia de Dios.

Lo más grave del orgullo es que nos impide dar testimonio de Dios. Ezequías tuvo frente a sí una oportunidad única: mostrar a los babilonios la grandeza del Dios que lo sanó. Sin embargo, prefirió enseñarles oro y plata. Esa misma actitud puede repetirse en nosotros cuando mostramos lo que tenemos en lugar de lo que Cristo ha hecho en nuestras vidas. El orgullo siempre sustituye la fe por la apariencia, y la gratitud por la vanidad.

La Biblia nos ofrece un camino distinto: la humildad. Santiago 4:6 nos recuerda que “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes”. La humildad no es debilidad, sino reconocer que dependemos completamente de Dios. Al vivir en humildad, evitamos caer en la trampa del orgullo y nos mantenemos sensibles a la voluntad del Señor. Solo así podremos vivir en paz, dar buen testimonio y ser hallados fieles en los días de prueba.

El orgullo no solo afecta nuestra relación con Dios, sino también a las generaciones que vienen después de nosotros. La vida de Ezequías es un recordatorio de que la soberbia trae consecuencias, mientras que la humildad abre la puerta a la gracia. Hoy más que nunca, necesitamos corazones agradecidos que reconozcan que todo lo que somos y tenemos viene de Dios. El precio del orgullo es demasiado alto; la recompensa de la humildad es eterna.

Del escritorio de Toby Jr.

Leave a Reply

Your email address will not be published.