¡HAGÁMOSLO CON EXCELENCIA!

¡HAGÁMOSLO CON EXCELENCIA!

En un mundo donde lo rápido y lo fácil suele ser lo más común, la excelencia se ha vuelto un valor escaso, pero profundamente necesario, especialmente para quienes desean honrar a Dios en todo lo que hacen. La Biblia, en Colosenses 3:23-24, nos recuerda que todo lo que hagamos debe ser “de corazón, como para el Señor y no para los hombres”. Esta verdad cambia por completo nuestra motivación: ya no trabajamos para agradar al ojo humano, sino para glorificar a Dios con nuestras acciones.

La excelencia bíblica no se trata de perfección humana, sino de una actitud del corazón que busca dar lo mejor a Dios. Significa actuar con integridad, diligencia y pasión. Proverbios 22:29 nos dice que el hombre diligente estará delante de reyes. Es decir, quienes trabajan con esmero, con responsabilidad y sin doblez, serán reconocidos. No porque lo busquen, sino porque su esfuerzo constante habla más fuerte que cualquier discurso.

Servir con excelencia a Dios no es únicamente predicar, cantar o enseñar, sino hacerlo todo con amor, respeto y entrega. Esto requiere salir de la zona de confort, aprender, crecer y mejorar continuamente. Implica prepararse, capacitarse y desarrollar los dones que Dios ha dado. Cuando ponemos nuestros talentos al servicio del Reino con excelencia, estamos imitando el carácter de Cristo.

Los hábitos de la excelencia van más allá del conocimiento; incluyen saber escuchar con atención, hablar con sabiduría, motivar con amor, dominarse en las pruebas, crecer en todo momento, trabajar con orden y reflexionar sobre nuestro actuar. Estos hábitos no solo nos hacen líderes más eficaces, sino también creyentes más maduros, capaces de impactar a otros con su ejemplo silencioso pero poderoso.

La Biblia está llena de líderes que practicaron la excelencia. Noé fue obediente en medio de la crítica, Abraham actuó por fe sin ver resultados inmediatos, José fue fiel incluso en la cárcel, y Daniel se mantuvo firme a pesar de las amenazas. Moisés guió a un pueblo difícil con amor y paciencia, Débora se levantó con valentía, y Ester usó su posición para salvar a su nación. Cada uno sirvió con todo su corazón, reflejando que la excelencia es una decisión diaria.

Un espíritu de excelencia también implica vivir con una conducta intachable delante de los demás. 1 Pedro 2:12 nos exhorta a mantener un testimonio irreprochable, de modo que nuestras buenas obras glorifiquen a Dios. No se trata solo de lo que hacemos dentro de la iglesia, sino de cómo nos comportamos en casa, en el trabajo o con nuestros amigos. La excelencia no tiene horarios ni escenarios: es un estilo de vida.

Daniel 6:3 menciona que “había en él un espíritu extraordinario”, y por eso fue puesto en autoridad. José, por su parte, fue reconocido por tener el Espíritu de Dios (Génesis 41:38). Estos ejemplos muestran que la excelencia también es espiritual. No se logra solo con esfuerzo humano, sino permitiendo que el Espíritu Santo guíe nuestras acciones, dándonos sabiduría, inteligencia y conocimiento (Éxodo 31:3).

En tiempos donde lo superficial domina, Dios sigue llamando a personas que vivan con excelencia. Como dice Filipenses 4:8, debemos pensar en lo verdadero, lo justo, lo puro y lo digno. Es ahí donde nace la excelencia: en una mente transformada por Dios. No importa si lo que haces es pequeño o grande; si lo haces para el Señor, hazlo con el corazón. Porque al final, no se trata de lucir bien, sino de reflejar a Cristo en cada paso.

Del escritorio de Toby Jr.

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