Vivimos buscando milagros, soluciones rápidas y respuestas inmediatas. Pero en medio de todo eso, olvidamos que lo que Dios más desea es nuestra amistad. Él no quiere solo darnos cosas, quiere darnos de Él mismo. Su mayor regalo no es una bendición material, sino Su presencia. Y en esa presencia, descubrimos lo que realmente necesitamos.
Dios no está lejos, no es inalcanzable, ni está ocupado para nosotros. Él nos escucha, nos busca y se deleita cuando le hablamos. La verdadera amistad con Dios no se basa en religiosidad, sino en relación. Es caminar con Él todos los días, compartir lo que sentimos y abrirle el corazón. No se trata de perfección, se trata de conexión.
Muchos quieren a Dios en sus emergencias, pero pocos lo quieren en su cotidianidad. Ser amigo de Dios no significa vivir sin problemas, sino vivir con dirección. Su amistad nos transforma, nos levanta y nos da identidad. Él no solo quiere sanarnos, quiere quedarse con nosotros. Y esa cercanía cambia nuestra manera de ver la vida.
A veces, nuestra fe se vuelve rutina: oramos, cantamos, servimos… pero sin conexión real. Es como tener a alguien cerca sin mirarlo a los ojos. La amistad con Dios se cultiva con sinceridad, con tiempo, con disposición. Él no impone su amor, lo ofrece con paciencia. Solo hace falta decirle: “Aquí estoy, quiero conocerte más”.
Hoy quiero invitarte a que no vivas solo buscando favores del cielo. Vive buscando al Dios del cielo. Cuando lo encuentres, entenderás que todo lo demás es añadido. Una vida conectada a Dios no necesita espectáculo, necesita profundidad. Porque cuando somos amigos de Dios, lo tenemos todo, incluso en medio de la nada.
Del escritorio de Toby Jr.
Leave a Reply