Muchas veces nos sentimos confundidos o desanimados en la vida cristiana. Sin embargo, Jesús prometió que no estaríamos solos, y esa promesa se cumple con la llegada del Espíritu Santo. En Hechos 1:8, vemos que Él no solo nos acompaña, sino que también nos da poder. Somos llamados a ser testigos de Cristo, y eso solo es posible cuando dependemos del Espíritu de Dios. ¡No caminamos solos, caminamos con Dios mismo en nosotros!
El Espíritu Santo no es una energía ni un sentimiento, es una Persona divina. La Biblia afirma que Él es Dios, parte de la Trinidad. En Hechos 5:3-4, Pedro afirma que mentirle al Espíritu Santo es mentirle a Dios. Su identidad es clara en las Escrituras: Él tiene atributos divinos como omnipresencia y omnisciencia. No estamos hablando de algo simbólico, sino de alguien real que actúa y se relaciona con nosotros.
El Espíritu Santo posee los atributos que solo Dios tiene. El salmista en el Salmo 139 declara que no hay lugar donde podamos huir de Su presencia. También en 1 Corintios 2:10-11 se revela que el Espíritu todo lo escudriña, aún lo profundo de Dios. Él conoce todo de nosotros y todo de Dios. ¡Qué privilegio saber que el Espíritu que mora en nosotros es el mismo que conoce lo eterno y lo profundo!
Además de ser Dios, el Espíritu Santo obra activamente en nosotros. Nos ayuda en nuestra debilidad, nos guía a toda verdad y nos enseña todo lo que Jesús dijo. Romanos 8:26-27 dice que incluso
intercede por nosotros cuando no sabemos orar. No hay oración sin respuesta cuando oramos con Su ayuda. Él no es un espectador, es nuestro Consolador y compañero diario.
La obra del Espíritu va más allá de lo emocional. Nos da poder para vivir, para testificar, para resistir y para vencer. Nos fortalece interiormente, da testimonio de Jesús y es quien inicia la transformación en nuestro corazón. Tito 3:5 enseña que es por medio de Él que somos regenerados.
Él nos santifica, nos convence de pecado y nos capacita para vivir conforme a la voluntad de Dios.
Del escritorio de Toby Jr.
Leave a Reply