“¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré?” —con estas palabras, Judas Iscariote selló el destino de su Maestro. Treinta piezas de plata fue el precio asignado por los principales sacerdotes a cambio del Hijo de Dios. Hoy, ese valor podría equivaler a poco más de $8,000 dólares o 0.095 BTC. Pero ¿acaso se puede poner precio a la eternidad?
En el capítulo 26 del evangelio de Mateo se relata el inicio de la trama que conduciría a Jesús a la cruz: la traición de un amigo que había caminado junto a Él durante tres años. Este día, muchas veces pasado por alto durante la Semana Santa, es conocido en la tradición como el “Día del Espía”. No porque la Biblia lo nombre así, sino por lo que representa: el momento en que el corazón de un discípulo decidió alejarse del camino de la verdad.
Judas vivió lo que muchos desearían experimentar: vio milagros, oyó las enseñanzas más sublimes, comió del pan multiplicado por el Maestro y recibió poder para sanar y predicar. Fue testigo de la gloria divina en su forma más pura, y aun así eligió traicionar. ¿Por qué? Porque el conocimiento, la cercanía y la experiencia no garantizan transformación si el corazón no es rendido por completo.
Cuatro lecciones que Judas nos deja:
1. Su compromiso: Judas dejó todo para seguir a Jesús, pero su compromiso no fue suficiente para sostener su fidelidad. Participar en el ministerio no siempre refleja la condición del alma.
2. La oportunidad: Nadie tuvo un entorno más favorable para la fe que Judas. Caminó con el Salvador, pero nunca permitió que esa cercanía tocara lo más profundo de su ser.
3. La elección: Satanás no entra sin permiso. Judas abrió la puerta a la oscuridad cuando permitió el pecado no confesado en su vida. El enemigo toma lugar donde se cierra la luz de la verdad.
4. El resultado: Judas terminó alejado de la luz. Su historia es una advertencia: seguir a Cristo demanda entrega total. No hay espacio para medias tintas; o somos de Él por completo o nos alejamos inevitablemente.
CONCLUSIÓN: La traición de Judas no fue solo un evento histórico, fue una tragedia espiritual. Nos confronta con una verdad incómoda: no basta con estar cerca de Jesús, hay que rendirse a Él. La vida cristiana exige más que conocimiento, requiere transformación. Judas cambió al Mesías por monedas. Hoy, muchos cambian a Cristo por placeres temporales, por poder, por ego o simplemente por indiferencia.
Pero el cielo no tiene precio porque ya fue pagado. No con plata ni con oro, sino con la sangre preciosa del Cordero sin mancha. Renunciar a Jesús es perderlo todo. Seguirlo, en cambio, es ganar la vida eterna.
¿Qué precio tiene el cielo? El precio más alto: la vida de Cristo… y aun así, nos lo ofrece por gracia.
Del escritorio de Toby Jr.
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