Todos atravesamos momentos en los que sentimos que algo dentro de nosotros se ha roto: un sueño, una relación o una etapa de la vida. Sin embargo, el hecho de estar quebrados no significa que estemos terminados. Isaías 43:18-19 nos recuerda que Dios hace cosas nuevas, que abre caminos en medio del desierto. Su poder transforma lo que parecía el final en el inicio de algo completamente renovado.
Soltar el dolor es un paso necesario para ver la nueva obra de Dios. A veces nos aferramos tanto a lo que perdimos que olvidamos que lo mejor puede estar por venir. El Señor no solo nos creó, también nos redimió; somos suyos y Él tiene un propósito en nuestra vida. Cuando aprendemos a confiar en su soberanía, comprendemos que cada proceso difícil es una parte esencial del plan divino.
El duelo es real y duele, pero no es eterno. El Salmo 30:5 dice que el lloro dura una noche, pero la alegría viene por la mañana. Dios no minimiza nuestras lágrimas, las convierte en semilla de esperanza. Cuando traemos nuestro dolor ante Él, encontramos consuelo, fortaleza y una paz que sobrepasa todo entendimiento, tal como lo promete Filipenses 4:6-7.
Cada herida puede volverse una marca de victoria si permitimos que Dios la sane. Romanos 8:28 nos asegura que todas las cosas obran para bien a quienes aman al Señor. Incluso las pérdidas más profundas pueden ser el terreno donde florezca un nuevo propósito. Él no desperdicia ningún sufrimiento; cada pedazo roto puede ser el inicio de una historia restaurada por su gracia.
Ser “quebrado, pero no terminado” es reconocer que seguimos siendo moldeados por las manos del Creador. Tal vez no entendamos todo lo que vivimos, pero sabemos que Él no ha terminado con nosotros. Hoy es tiempo de dejar el pasado, abrir el corazón y confiar en que Dios hará algo nuevo. Lo que parecía ruina, será testimonio; lo que dolía, se convertirá en esperanza.
Del escritorio de Toby Jr.

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