La boca, según el Apóstol Santiago, es un mundo de maldad; debemos pues, guardar nuestra boca de conversaciones fatuas, ociosas y sin sentido; Dios nos dio el lenguaje para comunicarnos, construir y desarrollar nuestro presente y futuro.
3 1Hermanos míos, no pretendan muchos de ustedes ser maestros, pues, como saben, seremos juzgados con más severidad. 2 Todos fallamos mucho. Si alguien nunca falla en lo que dice, es una persona perfecta, capaz también de controlar todo su cuerpo.
3 Cuando ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, podemos controlar todo el animal. 4 Fíjense también en los barcos. A pesar de ser tan grandes y de ser impulsados por fuertes vientos, se gobiernan por un pequeño timón a voluntad del piloto. 5 Así también la lengua es un miembro muy pequeño del cuerpo, pero hace alarde de grandes hazañas. ¡Imagínense qué gran bosque se incendia con tan pequeña chispa! 6 También la lengua es un fuego, un mundo de maldad. Siendo uno de nuestros órganos, contamina todo el cuerpo y, encendida por el infierno, prende a su vez fuego a todo el curso de la vida.
7 El ser humano sabe domar y, en efecto, ha domado toda clase de fieras, de aves, de reptiles y de bestias marinas; 8 pero nadie puede domar la lengua. Es un mal irrefrenable, lleno de veneno mortal.
9 Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios. 10 De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. 11 ¿Puede acaso brotar de una misma fuente agua dulce y agua salada? 12 Hermanos míos, ¿acaso puede dar aceitunas una higuera o higos una vid? Pues tampoco una fuente de agua salada puede dar agua dulce.
Santiago 3:1-12 (NVI)
El regalo más grande que Dios nos dejó es el poder comunicarnos a través de palabras, éste es un privilegio que nadie más de la creación tiene, por lo cual debe de ser respetado y reconocido como un don o regalo de Dios. Los animales no tienen la capacidad de hablar, es por esto que ceder a un impulso o vulgaridad es denigrar el don entregado por Dios para su creación suprema: el hombre y la mujer. Ceder a un impulso de decir vulgaridades lo podríamos catalogar como retomar una actitud animal e irracional.
Hablar bien es elevar el nombre de Dios, hablar bien es honrar lo diseñado por Dios para su creación, es decir que, saber comunicar las cosas sin necesidad de utilizar vulgaridades es una evidencia más de ser nosotros llamados y considerados hijos de Dios. Puedo decir también que las malas conversaciones no solo son un irrespeto a los demás seres por Dios creados, sino también un irrespeto al mismo Creador del género Humano.
Cuando controlamos nuestras palabras no utilizando vulgaridades mostramos respeto, autocontrol, y disciplina estamos honrando a Dios; pero si por el contrario utilizamos vulgaridades para comunicar nuestras ideas, nos denigramos a nosotros mismos y denigramos a Dios a la misma vez. Debemos cuidar nuestras palabras principalmente al estar enojados o muy exaltados, ya que es en ese momento de debilidad que las cosas se pueden descontrolarnos y afectar la imagen de Dios y la nuestra, llegando en ocasiones a denigrar a las personas que más amamos.
Escuchar vulgaridades es igual a usarlas, el hacerlo mancha el nombre de Dios y denigra el nuestro también, por consiguiente, ser partícipe de las obras infructuosas de la carne nos llevará a un seguro fracaso espiritual además de a vivir grandes consecuencias por esos hechos particulares. No permitas que las malas conversaciones limiten lo que Dios tiene para bendecir tu vida, no llames a esa maldición, resiste ante la tentación de ser como todos, soporta hasta poner en ello el nombre de Cristo con tus palabras y testimonio.
Una persona inteligente encontrará maneras más efectivas e inteligentes de comunicar sin denigrar ni a Dios ni a toda su creación, no participes de las malas conversaciones que son de carácter infructuoso y acarrean maldición; no permitas perder los valores implantados por Dios para nuestro beneficio, no te arriesgues a denigrarte como muchos optan por hacerlo a diario. No podemos olvidar que también las palabras tienen poder para construir o destruir vidas, familias, o amistades. Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres.
Protejamos nuestro medio espiritual; no demos lugar al diablo; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres. ¡Aprendamos pues a domar la lengua!
5 Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.
Santiago 1:5 (RVR1960)