Todas las personas tenemos aspectos que consideramos prohibidos: desde los asuntos más simples como salir de la casa después de las doce de la noche, hasta los más complejos como, por ejemplo, asesinar. Pero hay algo en nosotros que nos lleva a interesarnos por eso que consideramos prohibido. ¿Qué es lo que nos atrae de ello? ¿Qué lo hace interesante?
De manera general podemos decir que lo prohibido es aquello que no podemos hacer, algo que es considerado sancionable y que si se realiza, es juzgado por las personas como malo o incorrecto, por lo tanto podemos afirmar que, en cierto modo, establecer lo prohibido nos permite esclarecer qué está bien y qué está mal.
Fue Dios quien puso límites para nuestra bendición y multiplicación.
El amor es uno de los temas más tratados en la literatura, el cine y la música. Hay infinidad de libros, canciones y poemas dedicados a él. La Biblia también nos habla mucho sobre el amor. De hecho, nos dice claramente que Dios es amor (1ª Juan 4:8) y en él encontramos el mejor ejemplo del amor verdadero e incondicional. Pero el amor como tal ha sido distorsionado a través de los siglos. Muchos lo equiparan con el sexo; otros, con el sentimiento de poder y control sobre otra persona. ¿Qué es en realidad el amor? ¿Cómo lo definimos?
Todo amor pone en juego muchas cosas, pero por sobre todo una: nuestra afectividad. La necesidad de sentirnos amados, valorados, importantes. El más importante, para alguien. Al fin. Eso que soñamos toda la vida y nunca pasó al final ocurre. No nos alcanza con ser amados, queremos ser los únicos amados.
Los amores prohibidos pueden ser como un rayo, que parte nuestra existencia en dos; un antes y un después. Pero si somos pacientes y tenaces, podemos atravesar esa fractura, igual que como sana un hueso.
¿Cuáles son los 4 tipos de amor?
Estos son: Eros, Storgé, Philia y Ágapé.
¿Cómo debe ser el amor verdadero?
• Paciente: padece y soporta, resiste con entereza las debilidades y defectos de la otra persona.
• Bondadoso: ofrece en todo momento el bien con amabilidad y dulzura.
• Sin envidia: no resiente ni se entristece ante el bienestar de la otra persona. Más bien se alegra y celebra.
• No se alaba en exceso ni está lleno de orgullo: no resalta sus méritos y cualidades en todo momento. No exalta sus sacrificios y esfuerzos ni menosprecia a la otra persona.
• No es rudo: no es descortés, violento o grosero, sino que entiende y considera los sentimientos y el bien del otro.
• No es egoísta: no demanda sus derechos ni exalta su propio interés. Presta atención y cuida los intereses de la otra persona.
• No se enoja fácilmente: no pierde el control ni se ofende con facilidad.
• No guarda rencor: no mantiene en su mente y corazón los errores y ofensas que, a su entender, ha cometido el otro.
• No se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad: no se alegra cuando la persona amada comete un error. Se regocija cuando actúa con rectitud y corrección. Busca la verdad y actúa.
• Todo lo disculpa: perdona y no anda difundiendo las faltas de la otra persona. Intenta entender los motivos.
• Todo lo cree: confía en la bondad y los buenos motivos de la otra persona a menos que haya evidencia irrefutable de lo contrario.
• Todo lo espera: tiene esperanza y es optimista. Confía en las promesas de Dios y está dispuesto a esperar para ver los cambios y las bendiciones anheladas.
• Todo lo soporta: persevera y permanece con paciencia en medio de las pruebas y dificultades. No es pasivo sino activo; busca soluciones a los conflictos junto a la otra persona.
• Nunca se extingue: No termina, no tiene fin, no se acaba. Es eterno.
Una vez dejemos que el amor de Dios nos llene comenzaremos a reflejar su carácter en nuestras relaciones con los demás. No podemos dar lo que no tenemos. Por eso, para poder dar amor verdadero necesitamos recibirlo primero. ¿Has recibido el amor de Dios en tu vida? ¿Has experimentado el poder sanador y restaurador que hay en él? Si no es así, puede que sea un buen momento para abrirle tu corazón. ¡Su amor transformará toda tu vida
Nadie puede “amar” a Dios al mismo tiempo que al mundo y creer que todo estará bien, se paga un precio tremendo cuando amamos la riqueza más que a Dios. La fama más que a Dios, la vida misma más que a Dios, amar lo prohibido es sinónimo de sufrimiento, dolor, abandono, traición, es sinónimo de estar confundido ante un amor tan puro como el amor de Dios.
No conviene amar a nadie más que a Dios, no es correcto, no es bueno, ese amor no será bendecido.
El que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él.
1 Juan 4:16
FUENTES: subiblia.co / faithlien.com