La sexualidad es un regalo de Dios, diseñado para disfrutarse dentro del marco del matrimonio. Sin embargo, cuando se saca de ese contexto, trae consigo dolor, rupturas y consecuencias espirituales profundas. 1 Corintios 6:15-18 nos recuerda que nuestros cuerpos son miembros de Cristo y que la inmoralidad sexual no solo afecta externamente, sino que es un pecado contra nuestro propio cuerpo. Por eso, Pablo exhorta a huir de toda fornicación, buscando honrar a Dios con nuestro cuerpo y espíritu.
Desde Génesis, la Biblia establece que el sexo es parte de la buena creación de Dios, pensado para unir a un hombre y una mujer en una relación de amor, fidelidad y compromiso. No es algo sucio ni vergonzoso, sino un acto santo cuando se vive en el plan divino. El Cantar de los Cantares celebra el amor y el placer en el matrimonio, mostrando que Dios también se deleita en la intimidad sana y pura. El problema surge cuando el ser humano distorsiona este diseño y lo usa para su propia gratificación fuera de los límites establecidos.
La historia bíblica está llena de ejemplos que nos advierten sobre las consecuencias de alterar el plan de Dios para la sexualidad. Abraham, Sansón y David enfrentaron graves problemas por decisiones impulsivas en este ámbito. Por otro lado, José, al rechazar la propuesta de la esposa de Potifar, nos deja un modelo de integridad y dominio propio. Estos relatos nos enseñan que el verdadero amor no es egoísta, sino que busca honrar a Dios y preservar la pureza.
En la sociedad actual, el sexo se ha convertido en un producto de consumo, promovido sin límites por medios, redes y cultura popular. Esto ha traído enfermedades de transmisión sexual, rupturas familiares y violencia. Frente a esto, la iglesia no puede callar. Debemos hablar la verdad con amor, como lo hizo Jesús mostrando gracia, pero también llamando al arrepentimiento y a una vida nueva en santidad.
Dios nos llama a vivir en pureza, apartándonos de la inmoralidad sexual y buscando Su voluntad. Esto implica no solo evitar actos pecaminosos, sino también cuidar nuestros pensamientos y actitudes.
La Biblia es clara: la santidad sexual es parte de nuestra santificación (1 Tesalonicenses 4:3-5). El plan de Dios es bueno, perfecto y nos conduce a la plenitud. Honrarlo con nuestra sexualidad es una decisión que protege nuestro corazón, fortalece nuestras relaciones y glorifica Su nombre.
Del escritorio de Toby Jr.
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