El libro de los Hechos nos recuerda que las iglesias eran confirmadas en la fe y aumentaban en número cada día, porque Cristo era su centro y la Palabra su fundamento. No había imperios humanos, solo corazones rendidos al Señor. Esta verdad contrasta con la historia del mundo, donde poderosas civilizaciones como Egipto, Roma, Persia y China, aunque inmensas y duraderas, finalmente cayeron. Su grandeza no pudo sostenerse cuando perdieron su esencia interna. Todo imperio humano se derrumba cuando deja de tener un eje sólido.
La caída de los imperios también se refleja en grandes organizaciones modernas, incluso religiosas, que han fallado en su misión espiritual. En países como Estados Unidos, muchas iglesias enfrentan escándalos financieros, abusos de autoridad y pérdida masiva de miembros. Mismo logo, pero diferente corazón: el éxito externo no puede encubrir la ausencia de Cristo en lo interno. Cuando la fe se reemplaza por estrategias humanas, el espíritu por política y la humildad por ambición, el derrumbe es inevitable. Lo que no tiene fundamento eterno no puede permanecer.
La Biblia describe claramente el perfil del líder conforme al corazón de Dios, y ese es el ingrediente que sostiene o derriba cualquier obra. Jesús enseñó un liderazgo servidor, dispuesto a dar la vida por las ovejas y no a huir ante el peligro. Pablo habló de un carácter irreprensible, humilde, sobrio y de buen testimonio, capaz de enseñar y gobernar su casa con integridad. Un líder así guía a la iglesia hacia la unidad de la fe y fortalece el cuerpo de Cristo. Cuando esto se sustituye, la estructura espiritual comienza a resquebrajarse. Sin liderazgo bíblico, todo sistema se vuelve vulnerable.
Hoy enfrentamos el riesgo de formar líderes a la imagen del hombre y no de Cristo, guiados por aprobación social más que por la Biblia. Surgen líderes sin visión, sin valores firmes, sin doctrina definida y sin vida de oración. Otros creen ser empresarios, políticos o celebridades, dejando a un lado la compasión, el servicio y la sana enseñanza. Cuando la ambición personal supera la pastoral, el corazón de la obra se enferma. Todo se desordena cuando Cristo deja de ser el eje central. Sin Él, nada puede mantenerse firme.
La iglesia de Cristo, sin embargo, no está destinada al fracaso si vuelve a sus raíces espirituales. Hechos 16:5 nos recuerda que cuando el pueblo permanece en la fe y en la doctrina sana, Dios
mismo confirma y multiplica. El llamado es a volver a la humildad, la oración, el servicio, la compasión, la comunidad y la predicación de la Palabra. Los imperios humanos pasan, pero Cristo vive para siempre. Y una iglesia que camina con Él, que lo tiene como su centro y que imita a Dios, nunca será derribada.
Del escritorio de Toby Jr.

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